“La música es jugar”, dice David Otero. Se le enciende algo en los ojos. Se le ilumina la voz. “Es magia”, añade después. Y es magia de la buena: no de la que se esconde en una chistera trucada, sino de la que nos dejamos de niños en los bolsillos para recuperarla, ya adultos, cuando descubrimos que la volvemos a necesitar.
Ésa es la magia –tan pequeña y tan potente- que David Otero invoca en esta canción. Sólo podía ser así. Porque cuando Raúl Galván y él se encerraron a mezclar acordes y letras, algo especial sucedió. Tenía que pasar: los dos llevan años compartiendo sueños, escenarios y carreteras, pero nunca habían compuesto juntos. Hasta que una tarde, sentados el uno junto al otro, volvieron a tener diez años. Se divirtieron. Se rieron. Celebraron la amistad, las grandes-pequeñas-cosas, la importancia de lo que se nos olvida y de lo que siempre deberíamos recordar. Y lo llamaron Micromagia. Y nos la regalaron en forma de canción para ver como nos inundaba el cuerpo y nos hacía disfrutar.
“Sólo funciona si te dejas llevar. Si te olvidas de la teoría y te lanzas a sentir.” Así se ha lanzado David Otero. Sin red. Con la valentía de quien cierra los ojos para volver a ser niño, pero también sabe abrirlos para descubrir realmente quién es.
A cambio de esta pócima prodigiosa, David Otero sólo nos hace una petición: que nos dejemos llevar. Y es imposible no hacerlo con esta canción que tiene algo de himno luminoso y de invitación a la felicidad. Micromagia nos hará reír y nos hará bailar, nos hará dar vueltas de peonza con los brazos abiertos y la sonrisa en la cara. Nos conectará con aquellos niños que soñaban y sospechaban que las ilusiones podían hacerse realidad. La prueba está aquí.
“No lo busques en otro lugar, está dentro de ti.” Escuchamos cantar a David y se nos contagia esa otra perspectiva con la que podemos mirar el mundo: la del chiquillo que despreocupado correteaba entre los árboles de detrás de su casa imaginando que estaba en el bosque de Robin Hood.
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